La sequía que azota a La Guajira puede agravar una tragedia: la mortandad de niños. Dos de ellos mueren cada día por hambre y abandono.

Cada vez que un hijo se le ha muerto de hambre, Francisco Uriana ha amarrado un hilito negro alrededor de un bejuco como para que ni el tiempo ni su mala memoria le hagan olvidar los nombres.

En 14 años, Francisco ha enterrado cinco niños que no aguantaron la sequía, la física falta de comida y la dificultad de una medicina que en la comunidad Mapashira, de Manaure, podrían valer más que el oro mismo. 

Parado frente a una fosa en la que hay sepultados cinco bebés más —también familiares suyos— este indígena wayúu, de piel tostada por el sol, dice en su idioma que ninguno de los niños que llevó a la tumba envueltos en una mortaja de hilo fueron reportados a autoridad alguna. 

Sobre una de las lápidas de la parentela de Francisco hay una caja amarillenta de Amoxicilina, que sus compadres dejaron como recuerdo. Ese fue el medicamento que no salvó a los finados de llegar allí.
FUENTE: POR JOSÉ GUARNIZO - http://m.semana.com/

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